domingo, 28 de julio de 2013

Once

Y no dí más. Ahí quedó todo.
Sentarse en la mesa,
mirar las caras sentadas, tal como yo,
ver el cielo gris de esta ciudad infestada de
glorias pasadas que nunca fueron
y sentir que caen sobre la taza de té las glorias pasadas
que nunca fueron tampoco para mí.
Las tazas de té de todos siguen quedándose vacías,
pero la mía se va llenando cada vez más;
las gotas redondas salpican
en un último grito por salvarse
de su ahogada muerte.
No dí más.
Simular que estoy en
equilibrio 
solo sirve para que mi té vaya poniéndose
amargo;
viejas son las maneras de
limpiarme la cara sutilmente,
nueva es la manera en que 
me lo hicieron notar esta vez.
Mirar por la ventana, inmersa en la taza de té, 
ya no me sirve de nada.
Los ocres y los caramelos se 
desentienden de la situación,
ya no puedo confiar en la mezcla
líquida, 
porque siento que está cansada de que la sale
cada vez que no doy más.


p.d: Hay una verdad que
nunca he logrado ocultar
y sé que las mesas siguen siendo mi debilidad.







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