lunes, 5 de agosto de 2013

Memorias de unas cuantas semanas

Cada vez que ese aroma roza mi nariz, cada vez que a mis oídos llega esa suave melodía,
cada vez que juntamos palmo a palmo ese sentimiento descontrolado, ese que se me escapó de las manos.
Es siempre la razón por la que mis ojos llueven. Hay veces en las que no podemos retroceder, minutos que no podemos calcular, pasajes que no podemos reconocer a pesar de haberlos habitado por mucho tiempo. Son los choques eléctricos recorriendo la médula, son las frías manos que quedaron pegadas a mi esencia. ¿Será que en algún momento llegará el momento? Cada milésima me lo niega rotundamente. Y luego llega esa esperanza esperanzadora, esa caza inesperada que por un minuto me hace vislumbrar lo que espero; que no hay medidas justas, no hay palabras claras que me permitan decirTe lo mucho que anhelo esa posición. Quizás es por ello que me toca caminar pisando espinas, cortándome con las hojas de papel de cada libro que tomo, ahogándome con esta visión de plomo sobre mis ojos; quizás no me tienen permitido soñar.
Vuelvo a la rutina, y toda esa esperanza no vale la pena. Todas las aperturas resuenan ahora inútiles e inalcanzables. Al final, da lo mismo lo que piense, siempre será lo mismo que piense o no lo haga. Llevo estancada todos los años sobre esta tierra; seguiré estancada aunque todos continúen avanzando.
Todos los días son el mismo día, todas las horas son las mismas horas, todos los rocíos son los mismos.
Solo me queda caer. Esperando el milagro que nunca ha llegado y que nunca habrá de llegar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario