viernes, 19 de julio de 2019

Franco

No escribía desde antes de ti, y hasta hoy me resistía a hacerlo por miedo a no llegar ni a los talones con tantas cosas que quisiera decirte desde que supe que existía esta sensación tan indescriptible.
La vida suele ser muy mañosa, muy oscura y tóxica sin que nosotros mismos lo pidamos, sin que lo busquemos. Y creo que así me había sentido toda la vida: viviendo en puntos extremos de sentimientos que en realidad forjaron varias cosas a punta de quemaduras, llagas, matices desde la a a la z. Sentía que todo era una voraz tormenta que se acababa por ratos, eso hasta que me dí cuenta de que la vorágine real se viene ahora. Ahora que estás dentro mío y lograste sacudirme como nadie en su mal o buen juicio había podido lograr.
Lo que más siento es miedo, susto de no poder ser lo que necesites, de no calzar con el firme título social que tu concepción me entregó sin previo aviso. Temor de que hayas llegado con rebotes de conejo a exigirme que te recuerde en cada segundo desde el primer minuto posterior al cosmos. Como si fuese imposible el poder olvidarte, llevo meses llorando de espanto, noches en vela pensando cómo hacer lo mejor, cómo timonear este viaje sin perder mi propio control. Franco, terror a no ser lo que quieres. Y a pesar de que siempre supe que llegaría este momento, mi inmadurez me hacía pensar que era lejano, que ni siquiera galopabas desde el horizonte naranjo, viniendo, tardío. Pero así ha sido. Te aproximas en consonancia con el eco de mi voz que te llama y que escuchas dentro de tu burbuja acuática.
Te siento en mi vida como un huracán gigante, montañoso, fuerte y, paradójicamente, sanador. No sé cómo ni cuándo, ni menos dónde cabe tanta melodía en mis oídos internos para describirte esta necesidad de hablarte, de sentirte, de deleitarme con tu luz emergiendo roja y amarilla por entre las rendijas de mi noche, cómo explicarte el estallido, de qué forma darte a entender que ya no dependo de nadie más que de ti, que mi devoción completa se ha quebrantado a tu figura y que las horas pasan y vuelan y se esmeran por llevarme al minuto exacto en que pueda sucumbir ante tus ojos.
Franco, tráeme contigo un poquito de renuevo, tráeme hojitas verdes de primavera en tus manitos de azucena, que estaré esperándote con el alma dispuesta a vivir por ti cada día hasta la eternidad.

domingo, 27 de enero de 2019

2 AM

Son las dos de la mañana y mi cabeza me exige moverme. Despierta - me dice-.
Haciendo de la noche día, introduzco mis pies en la blandura achiporrada y me deslizo suavemente hacia la ventana. La brisa recorre mis caderas vacías, la luz intenta penetrar mis pupilas dilatadas, pero no puede: no hay espacio para ella. Já, luna infame - dice mi pequeño cerebro, que entre dormido y lúcido intenta conectarse-.
Deben ser las 2 de la mañana, porque el ángulo reflejado de las sombras es el que usualmente se encuentra a esa hora cuando despierto por el vaso de agua. ¡Vaso de agua! - me ordena una voz muy escondida en alguna parte - pero me resisto a obedecerle y permanezco quieta, desnuda, en la rápida oscuridad de enero febril. ¡Agua! - debes estar imitando a la Storni, dice la parte que se rehúsa a obedecer-
¡Agua, por favor! Insiste con todas sus fuerzas ese eco manipulador. Mis piernas comienzan a levitar hasta salir de la habitación, mis pasos emiten un zumbido mientras se arrastran y rozan el aire nocturno que comienza a rozar también mis nalgas. 
¡Agua! Se escucha cada vez más fuerte en mis oídos, mayor volumen, pero el brillo nulo: suena como si todavía estuviese intentando aprender a nadar. ¡Agua! Y mi ridículo cuerpo no reacciona, solo se dedica a ignorar el petitorio desgarrador de una lengua reseca.
Mi ser exterior se estremece orgánicamente con el hielo del cristal en forma de vaso que mis yemas sienten, hielo que recorre el vellón de mi piel erizada.
-Ahora devuélvete- me ordena furiosa mi mente enferma, en una pelea que claramente no estoy ganando ni por si acaso.
Camino sintiendo el piso frío y preguntándome qué quiere esta malcriada mía que se esconde y, cobardemente, me aborda mientras duermo. Llego a la habitación, vuelvo a la ventana. 
Algo me dice que si no despierto, esta lucha será eterna. Busco con todas mis fuerzas despertar entre los gritos de mi cabeza y las chispas eléctricas que comienza a emitir mi pelo chamuscado. 
Pronto, un sonido acuático me inunda, me encuentro vestida con el agua del vaso, mi mente se ha quedado callada, mi cabeza ha despertado. 

Y yo sigo mirando la luna por la ventana, como un ritual pagano.

jueves, 10 de enero de 2019

Tempus

Esta entrada va a ser más narrativa que "creídamente poética".

Hace tiempo que no me sentaba en mi casa -sí, desde hace un tiempo empecé a asimilarla como mi casa, básicamente porque he pasado los últimos 8 años acá y simboliza mi independencia- con un té en la mesa, con cuadernos abiertos, con lápices, destacadores, labiales, celular, música -The beautiful occupations, Travis-, el notebook abierto, la soledad y tranquilidad de poder escribir sin que otra persona lo estuviese leyendo mientras edito,la ventana abierta, las plantas adentro, la guitarra mirándome desde una esquina seduciéndome, pero no lográndolo -jajaja-.
Tengo que decir que se siente bien.
Me siento bien.
Hace rato que estoy en esa pará.
Vamos a ver cuánto va a durar esta vez, aunque estoy esperanzada de que la sensación de respirar hondo y que esa respiración sea mía dure mucho, realmente mucho tiempo.
Como estoy sola, me puse a revisar unos respaldos en mi computador y encontré cosas que escribí hace años. Cosas que en otro momento hubiese desechado por completo y que hubiese preferido no ver por vergüenza a mi ñoñez o a mi curlisería. Pero esta vez fue distinto: las leí con otra cabeza, las leí y me hicieron sentir grande, me hicieron sentir mujer y eso sí que no lo sentía hace tiempo.
Creo que la soledad me hace bien a veces, no lo sabía porque estaba empecinada en que quedarme sola en mi departamento solo me haría llorar y, si bien fue así durante las dos primeras horas en las que llegué, debo decir que aprendí a apreciar estos momentos en los que puedo pensar y hacerme autopreguntas y autoresponderlas y después sentarme en el suelo a tocar la maldita guitarra que me seduce y luego pararme a tomar un tecito remojado como los de la casa de mis papás. Ay, eso sí me hizo tiritar un poco la pera. "La casa de mis papás" simboliza sentirme segura siendo solo yo, bueno, no solo yo en el departamento, pero siendo solo yo la responsable de mi vida. Y no se imaginan, los que lean o bien pasen de largo esta publicación, cuánto anhelé llegar a este momento. Cuánto añoré abrir mis brazos y abrasar -sí, con s- el vacío del minuto futuro. Siento que estoy en el momento, en el lugar, en la cabeza en la que quería estar hace 10 años, que logré algo que quería mucho, pero que veía tan lejano. Algo tan chico, algo tan enano a la mirada de cualquiera, pero tan grande como la libertad.
En estas palabras no puedo olvidar acordarme de tantas cosas que pasaron en esos 10 años, en todo lo que viví y en todas las personas que estuvieron ahí y que siguen estando, en el amor que siento como un huracán por mi familia y que solo consigue crecer todos los días, el agradecimiento a la vida de esta seguridad que siento y que antes no había sentido.
Hasta me di tregua un poco con el espejo jajajajaja.
Me siento bien.
Hace rato que estoy en esa pará.
p.d: en el video me siento en un episodio de Black Mirror .