sábado, 23 de septiembre de 2023

Gala postrera

Me tocó aprender a vestirte con ternura, con las manos cálidas por temor a que tu piel no fuera a congelarse con mis dos gélidas. Y así mismo quise vestirte a ti: con ternura y manos calentitas, para no fermentar el frío que ya se apropiaba de tu ser.

Supe cómo debía pasarte el pilucho (no era como todos lo mostraban), la cosa era más difícil: se pasaba por todo el cuerpo, mientras se abría casi devorando ese ser pequeñito, ese ser que seguramente tú también fuiste y que ahora yo estoy vistiendo con las galas finales.

Pasaba un bracito (pasaba tu brazo), pasaba una piernita (pasaba el muñón de tu pierna izquierda), pasaba por el torso gordito y calentito de mi guagua (pasaba la camisa por el torso todavía tibio por tus órganos resistiéndose a la muerte).

Aprendí a sostener firme la cabecita sin mollera de mi guagua, acariciando la pelusita que se asomaba colorinche por la nuca, y así quise sostener tu cabeza, tata, cuando pasamos la corbata con la que fuiste al matrimonio de tu grande-chica, tu regalona, esa que te asentó tan bien y que mi mamá escogió con tanto amor para que te vieras orgulloso.

No pude sostener mis lágrimas, que resbalaron sobre tu sien cuando acaricié tu pelito cano, pero no del todo. Seguían de un grisáceo oscuro a pesar de los tantos años que atesoraste.

Quité la venda que pusieron para que no se te "encajonara la jeta" como quizás te habrías reído y al abrirse tu boca vi por última vez ese espacio por donde salía tu particular silbido cuando algo te parecía bien, ese silbido de alegría y risa con el que tantas veces me diste la bienvenida en tu casa desde niña.

Intentaba peinar a mi recién nacido a pesar de que los pocos pelos que se veían eran un tanto desordenados, y me llenaba de ese amor calentito cuando volvían todos a su lugar chuzo. Muy distinto de tu pelo dócil, crespo hacia las puntas, sin embargo, ese amor calentito lo sentía con cada movimiento bien pensado antes de pasar mis manos por tu cabecita una última vez.

Esa ropita nueva para la guagua ilusionaba a todos y corríamos a sacarle fotos, y ese chalequito nuevo que te pusimos a ti, de Bellota, así, bien sencillo, celestito, como sé te habría gustado, te lo vestimos con la última pena que nos iba quedando esa tarde nublada, repentina y oscura de agosto.

Y mientras todo esto pasaba, me inundaba un solo pensamiento: quiero que esta última vez para ti sea como la primera en la que tu mamá, Doña Inelia, te vistió cuando logró parirte, con la misma ternura y calidez con la que yo arropé a mi guagua la primera vez que lo sostuve. Y así, cual si fuera un rito, mi cariño hacia ti comenzó a tornarse en ese querer protegerte y cuidarte como no lo hice estos últimos años.

He abrazado a mi Franco muchas veces cada vez que termino de vestirlo, cada vez que me hago consciente de su fragilidad. Y así te abracé una última vez ese día, tratando de no moverte mucho, de no arruinar las galas que con tanto dolor y con tanto cariño pude prestarte como una última ayuda para esa despedida.

En mi mente el recuerdo de mi hijo en la cuna se permea con el recuerdo de tu postura en el cajón, tata, como si ambos recuerdos fueran pétalos de una misma flor. Y sé que a través de ella, hago envío, cual telegrama cantadito desde Coltauco, de mi amor infinito hacia ti.


miércoles, 9 de noviembre de 2022

Tejida (recogido de un cuaderno del 25/8/2021)

Fui tejida a mano limpia
desde el vientre de mi madre
lana a lana, encadenada,
soltando el polvo del urdimbre

Tejida, bucle a bucle,
de esos que reniego tanto,
del estambre tembloroso
que mantiene mi común espanto.

Y las manos del hilo más fino
que se corta con dual puntada
con el pecho hilvanado en vivo
y con las orejas pespuntadas.

Deshilachada, con nada de orillas
y con el corazón de flecos;
siempre quise estar bordada
en los ojos, con el cielo.

Duramente llegué a chaleco
cuando yo quería ser mantel crocheteado
y mis ojos, como lana espuma
duermen mis noches, sin descanso.

martes, 5 de octubre de 2021

Mareas/mareos

Sueño,
cansancio,
hambre y asco a la vez
duele:
y no sé dónde
arde:
y sé el lugar particular
fuera de mí
que me devuelve
la bocanada de aire.

Tercianas,
mantas y mantas,
una sobre la otra,
y sigue el frío
tempestuoso,
atiborrado,
y ahí en medio 
estás tú, entero y firme:
el centro,
la salvación.

Despojos,
cáscaras y piel mudada,
inánime
y a la vez extasiada,
ahogada,
pesada,
y como una pluma
voy a ti
a buscarte,
mecerte y acurrucarte.

jueves, 28 de mayo de 2020

7 meses

Hace casi un año que no me dedicaba a escribir algo consciente - e inconcsientemente-, es que se me secaron las ideas y se deshicieron las madejas que la cabeza no dejaba desenredar hace mucho tiempo.
Aquí estoy hoy, muy distinta a la última entrada, pero en el fondo la misma niña con intenciones de niña y sentimientos infantiles detrás de los ojos y del pecho. Claro que con un crío a cuestas que no ha sido nada fácil. 
Me siento distinta a las primeras entradas, las releo y muchas de las cosas ahí plasmadas desaparecieron como por arte de magia. Cosas que me atormentaban y me partían cada día se han esfumado como si en verdad nunca hubiesen estado ahí. Esta noche las miro por encima del hombro, me río de los peces de colores porque ya no me quebrantan. 
Cuando me miro en el espejo ya no veo esas imperfecciones que me mantenían en constante odio conmigo misma, ya no soy mi peor enemiga hace un rato y eso me ha dado un respiro necesario. 
No obstante, existen otros temores, otros huracanes que azotan con desdén lo poco que logré arrimarme a buen árbol. Hay otros miedos que considero hoy mis peores monstruos debajo de la cama, esperando que me destape la cara para torturarme. Y todos ellos tienen que ver con el nuevo rol que adquirí: hace un par de días se asomó de los labios del Sincero el primer MAMÁ.
Un balde de agua fría me recorrió de punta a punta y no pude más que quedar atónita ante tal esbozo. Tuve 7 meses para tratar de descifrarme en esa palabra, y siento que en vez de ese tiempo considerable más bien fueron una pocas horas entre Octubre y Mayo.
¿Cómo ser realmente digna de tal condecoración? ¿Cómo llevar esa insignia sintiendo de verdad orgullo por tal labor? Todavía me cubre un manto de miedo ante esos labios pequeños asignándome un nuevo nombre, un manto que me recuerda que tengo que llenar una representación tan etérea y a la vez tan palpable en la heredad.
Franco, desde la oscuridad de mi noche te escribo, esperando el momento oportuno para transmitirte todo mi amor, que es lo que más tengo para darte, tipeo estas letras como testimonio de lo único que tengo para ofrecerte desde que te supe, tengo la esperanza de que un día me leas y entiendas cuánto cambié y cuánto continúo mutando en pos de la necesidad, esa que me hace querer abrazarte y no soltarte hasta que quieras volar por ti mismo.
Y eso espero cada día, entregarte lo mejor para que en algún momento puedas encontrarte y entregarte a la vida.



P. D: dicha. 


viernes, 19 de julio de 2019

Franco

No escribía desde antes de ti, y hasta hoy me resistía a hacerlo por miedo a no llegar ni a los talones con tantas cosas que quisiera decirte desde que supe que existía esta sensación tan indescriptible.
La vida suele ser muy mañosa, muy oscura y tóxica sin que nosotros mismos lo pidamos, sin que lo busquemos. Y creo que así me había sentido toda la vida: viviendo en puntos extremos de sentimientos que en realidad forjaron varias cosas a punta de quemaduras, llagas, matices desde la a a la z. Sentía que todo era una voraz tormenta que se acababa por ratos, eso hasta que me dí cuenta de que la vorágine real se viene ahora. Ahora que estás dentro mío y lograste sacudirme como nadie en su mal o buen juicio había podido lograr.
Lo que más siento es miedo, susto de no poder ser lo que necesites, de no calzar con el firme título social que tu concepción me entregó sin previo aviso. Temor de que hayas llegado con rebotes de conejo a exigirme que te recuerde en cada segundo desde el primer minuto posterior al cosmos. Como si fuese imposible el poder olvidarte, llevo meses llorando de espanto, noches en vela pensando cómo hacer lo mejor, cómo timonear este viaje sin perder mi propio control. Franco, terror a no ser lo que quieres. Y a pesar de que siempre supe que llegaría este momento, mi inmadurez me hacía pensar que era lejano, que ni siquiera galopabas desde el horizonte naranjo, viniendo, tardío. Pero así ha sido. Te aproximas en consonancia con el eco de mi voz que te llama y que escuchas dentro de tu burbuja acuática.
Te siento en mi vida como un huracán gigante, montañoso, fuerte y, paradójicamente, sanador. No sé cómo ni cuándo, ni menos dónde cabe tanta melodía en mis oídos internos para describirte esta necesidad de hablarte, de sentirte, de deleitarme con tu luz emergiendo roja y amarilla por entre las rendijas de mi noche, cómo explicarte el estallido, de qué forma darte a entender que ya no dependo de nadie más que de ti, que mi devoción completa se ha quebrantado a tu figura y que las horas pasan y vuelan y se esmeran por llevarme al minuto exacto en que pueda sucumbir ante tus ojos.
Franco, tráeme contigo un poquito de renuevo, tráeme hojitas verdes de primavera en tus manitos de azucena, que estaré esperándote con el alma dispuesta a vivir por ti cada día hasta la eternidad.

domingo, 27 de enero de 2019

2 AM

Son las dos de la mañana y mi cabeza me exige moverme. Despierta - me dice-.
Haciendo de la noche día, introduzco mis pies en la blandura achiporrada y me deslizo suavemente hacia la ventana. La brisa recorre mis caderas vacías, la luz intenta penetrar mis pupilas dilatadas, pero no puede: no hay espacio para ella. Já, luna infame - dice mi pequeño cerebro, que entre dormido y lúcido intenta conectarse-.
Deben ser las 2 de la mañana, porque el ángulo reflejado de las sombras es el que usualmente se encuentra a esa hora cuando despierto por el vaso de agua. ¡Vaso de agua! - me ordena una voz muy escondida en alguna parte - pero me resisto a obedecerle y permanezco quieta, desnuda, en la rápida oscuridad de enero febril. ¡Agua! - debes estar imitando a la Storni, dice la parte que se rehúsa a obedecer-
¡Agua, por favor! Insiste con todas sus fuerzas ese eco manipulador. Mis piernas comienzan a levitar hasta salir de la habitación, mis pasos emiten un zumbido mientras se arrastran y rozan el aire nocturno que comienza a rozar también mis nalgas. 
¡Agua! Se escucha cada vez más fuerte en mis oídos, mayor volumen, pero el brillo nulo: suena como si todavía estuviese intentando aprender a nadar. ¡Agua! Y mi ridículo cuerpo no reacciona, solo se dedica a ignorar el petitorio desgarrador de una lengua reseca.
Mi ser exterior se estremece orgánicamente con el hielo del cristal en forma de vaso que mis yemas sienten, hielo que recorre el vellón de mi piel erizada.
-Ahora devuélvete- me ordena furiosa mi mente enferma, en una pelea que claramente no estoy ganando ni por si acaso.
Camino sintiendo el piso frío y preguntándome qué quiere esta malcriada mía que se esconde y, cobardemente, me aborda mientras duermo. Llego a la habitación, vuelvo a la ventana. 
Algo me dice que si no despierto, esta lucha será eterna. Busco con todas mis fuerzas despertar entre los gritos de mi cabeza y las chispas eléctricas que comienza a emitir mi pelo chamuscado. 
Pronto, un sonido acuático me inunda, me encuentro vestida con el agua del vaso, mi mente se ha quedado callada, mi cabeza ha despertado. 

Y yo sigo mirando la luna por la ventana, como un ritual pagano.

jueves, 10 de enero de 2019

Tempus

Esta entrada va a ser más narrativa que "creídamente poética".

Hace tiempo que no me sentaba en mi casa -sí, desde hace un tiempo empecé a asimilarla como mi casa, básicamente porque he pasado los últimos 8 años acá y simboliza mi independencia- con un té en la mesa, con cuadernos abiertos, con lápices, destacadores, labiales, celular, música -The beautiful occupations, Travis-, el notebook abierto, la soledad y tranquilidad de poder escribir sin que otra persona lo estuviese leyendo mientras edito,la ventana abierta, las plantas adentro, la guitarra mirándome desde una esquina seduciéndome, pero no lográndolo -jajaja-.
Tengo que decir que se siente bien.
Me siento bien.
Hace rato que estoy en esa pará.
Vamos a ver cuánto va a durar esta vez, aunque estoy esperanzada de que la sensación de respirar hondo y que esa respiración sea mía dure mucho, realmente mucho tiempo.
Como estoy sola, me puse a revisar unos respaldos en mi computador y encontré cosas que escribí hace años. Cosas que en otro momento hubiese desechado por completo y que hubiese preferido no ver por vergüenza a mi ñoñez o a mi curlisería. Pero esta vez fue distinto: las leí con otra cabeza, las leí y me hicieron sentir grande, me hicieron sentir mujer y eso sí que no lo sentía hace tiempo.
Creo que la soledad me hace bien a veces, no lo sabía porque estaba empecinada en que quedarme sola en mi departamento solo me haría llorar y, si bien fue así durante las dos primeras horas en las que llegué, debo decir que aprendí a apreciar estos momentos en los que puedo pensar y hacerme autopreguntas y autoresponderlas y después sentarme en el suelo a tocar la maldita guitarra que me seduce y luego pararme a tomar un tecito remojado como los de la casa de mis papás. Ay, eso sí me hizo tiritar un poco la pera. "La casa de mis papás" simboliza sentirme segura siendo solo yo, bueno, no solo yo en el departamento, pero siendo solo yo la responsable de mi vida. Y no se imaginan, los que lean o bien pasen de largo esta publicación, cuánto anhelé llegar a este momento. Cuánto añoré abrir mis brazos y abrasar -sí, con s- el vacío del minuto futuro. Siento que estoy en el momento, en el lugar, en la cabeza en la que quería estar hace 10 años, que logré algo que quería mucho, pero que veía tan lejano. Algo tan chico, algo tan enano a la mirada de cualquiera, pero tan grande como la libertad.
En estas palabras no puedo olvidar acordarme de tantas cosas que pasaron en esos 10 años, en todo lo que viví y en todas las personas que estuvieron ahí y que siguen estando, en el amor que siento como un huracán por mi familia y que solo consigue crecer todos los días, el agradecimiento a la vida de esta seguridad que siento y que antes no había sentido.
Hasta me di tregua un poco con el espejo jajajajaja.
Me siento bien.
Hace rato que estoy en esa pará.
p.d: en el video me siento en un episodio de Black Mirror .