martes, 2 de julio de 2013

La razón de porqué me gusta quitarme los lentes

Supe, cuando tenía 14 años y cursaba un primero medio muy extraño en un liceo extraño y con gente extraña, que mi vista fallaba. Eso me estaba trayendo problemas graves, pues no podía sentarme muy lejos del pizarrón; por ello, me gané el apodo de "la pizarrón".
Cuando le conté esto a mis papás, mi mamá pegó el grito en el cielo y con su cara de preocupación y su boca abierta me dijo: ¡¿Y por qué nunca nos dijiste antes?! De inmediato me citó con el médico y su veredicto fue infranqueable: Miopía y astigmatismo leve; lentes permanentes, señorita.
Y así los lentes se convirtieron en parte de mi biología.
¡Y ay, cuánto los detesto! Pero he aprendido a llevarlos con la mayor normalidad posible, tratando de evitar mirarme en los ventanales cuando paso y esquivando cada vitrina que recorro. Saltándome la mirada en el espejo de los baños, brincando cada poza sin mirarla para no ver el marco de mi mirada anulada.
He memorizado cada una de mis expresiones con ellos y sé limpiarlos cuando atacan las lágrimas.
Pero creo que les debo, a pesar de mi odio infinito, unas sinceras gracias en este momento de la vida. Un agradecimiento eterno porque sin ellos no veo nada. Sin ellos soy el murciélago más mustio y ciego en las cuevas de sobre-población humana y mi mundo estaría rodeado de una imagen como la de esos cuadros abstractos de los que no entiendo ni una gota.
Muchas veces, y aunque no debería hacerlo, me los quito. Me libero de ellos para soñar con el momento en que mire abiertamente mi campo inmediato y no vea los marquitos rosados en frente mío, casi burlándose del choque de mis pestañas con los cristales.
Y lo que más agradezco hoy es el habérmelos sacado, en una de esas cuevas sobre-pobladas, donde la luz es artificial y las personas caminan casi como nadando en un estanque lleno de peces de colores y formas y tamaños distintos. Me los quité y me dediqué a mirar solo lo que tenía en frente.
Por un momento, toda esa cueva se vio iluminada por un fulgor inesperado y mi centro de equilibrio ya no estuvo en la mitad de mi cuerpo, sino enfrente. Por 5 minutos pude hacer como si no estuviera rodeada de tantas personas y pude concentrarme en lo que tenía frente a mis ojos, a mis verdaderos ojos. Y la miopía y el astigmatismo no fueron ninguna excusa para poder centrar mi vista en ninguna otra cosa que no fuera lo que mi nariz señalaba. Estaba mirándo(-te) como no pensaba que podría mirar jamás. Una visión tan clara, tan nítida y tan fina. Como si mi High Quality se hubiese activado sin querer y me permitiera dar el lujo de observar por primera vez algo que estuvo a mi lado siempre. Por primera vez no tuve que enfocar algo, no tuve que limpiar los vidrios de los lentes. Era claro y preciso. Y estaba a un brazo de distancia. La cosa más dulce y más honesta que mis ojos jamás hayan percibido. Agradezco no haber podido mirar hacia los lados, agradezco la miopía terrible que solo me permite ver objetos a cierta distancia con relativa normalidad, y agradezco el enfoque preciso que me da el astigmatismo, permitiéndome enfocar solo el centro de mi mundo en ese momento, el centro de mi corazón mismo materializado y desechar todo lo demás...
Agradecía ese momento como si fuera el último de mi existencia, y ahora lo veo así. Como el último momento de frescor color amarillo que mis ojos pudieron captar.



p.d: Te lo prometo.
p.d2: Volví a ponerme los lentes luego y ya todo ha vuelto a ser la vida a través de 2.15 y 1.5 de aumento, otra vez.

p.d.3:




Lentes, los detesto!!! 



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