miércoles, 8 de enero de 2014

Desahogo mortal

A veces pienso que la angustia no va a terminar: tener (la) presente aunque quiera convencerme de no hacerlo es casi imposible. A veces pienso que me conformo tanto con todas las cosas que toda la disconformidad cae de lleno en el tema en cuestión. Y así es como me encuentro, cada cierto tiempo, en el ritual de borrar imágenes de mi cabeza y de mi pc para no acordarme de nada, para que desaparezca todo rastro de mí y donde no pueda hallar ni la sensatez de lo que una cámara pueda captar. Tiendo a pensar que finalmente la autodestrucción se apodera de los relatos aburridos que a veces fantasean cada rincón de la cabeza haciéndome creer que las cosas van a cambiar, que un día despertaré y todo será la pesadilla con la que despierto llorando de vez en cuando, cuando el fuego ataca mi estado REM. Si al final es una cosa de perspectivas y mi perspectiva está, por decir lo menos, enfocada hacia algo que no puedo detener: la sociedad. A veces lloro, como ahora, cuando me siento sola, cuando necesito de alguien que me haga reír para que se me olvide el tema en cuestión. Necesito de alguien que me haga olvidar todas las imágenes asquerosas que pasan por mi mente cada vez que recuerdo que sigo respirando, que sigo gastando tiempo en tonteras, cada vez que me encuentro haciendo las cosas mal que se reflejan en algo tan trivial como el aspecto. Cuando llega la noche, vuelve el tema a mis manos, a mis ojos, a mi corazón y me inunda de porquerías que -según mi mente- debería haber dejado atrás hace harto tiempo si me había dado cuenta de que la cuestión no iba a cambiar. Si al final voy a tener que recluirme, decirle a alguien que me ponga en una casucha como a la mujer gallina y olvidar de una vez por todas que puedo volver a caer más bajo todavía de lo que ya estoy, no me siento capaz de nada y lo que hago es para dar la satisfacción a quienes toda la vida han estado ahí. Pero, sencillamente, esa satisfacción no va a llegar a mí nunca, porque simplemente no nací para ser rosa, nací para contemplarlas desde lejos, para mirarlas con temor, para desear ser la rosa aunque sea un tiempo fugaz y morir con el encanto que ellas traen. Es tan simple como la pregunta constante a cada minuto en mi cabeza -¿me quedaré así eternamente?- y su inmediata respuesta -sí- y su inmediata contrarespuesta -quizás estés teniendo una pesadilla- y la costumbre de dar la cara contra el piso. Y a pesar de que dentro de todo la vida y Dios han puesto cosas maravillosas a mi alrededor, siento que no las merezco, siento que debería ser algo mucho mejor para todas las personas que día a día me llaman a cada rato,que se preocupan por mí y que ponen todo su empeño en mi felicidad. Creo que si leyeran esto, sentirían que fallaron, aunque no es así. Si alguna vez lo leen, bajo cualquier circunstancia, sepan que no es su culpa, que la culpa la verdad no sé de quién es, pero estoy segura que no fue suya, que quizás tengo la manía de preocuparlos cuando en verdad deberían tratar de por fin vivir sus vidas como lo que merecen y no en función de lo que crean que necesito. Por eso les pido perdón por todas las veces que me equivoqué y por la persona en la que me convertí, y más perdón todavía por mentirles y por encubrir tanto todo esto. No creo que esto me alivie en lo más mínimo, pero cuando estoy sola tiendo a conversar conmigo misma en busca de alguna voz que me haga compañía y saco a flote algunos sollozos de los que me guardo todos los días cuando me topo con todo el desastre en el que me convertí. 


p.d: Me haces falta, mamá. Me haces falta, papá. En estos momentos más que nunca. En estos momentos más que todo en el mundo para aplacar los torrentes que no paran. Para sentir sus abrazos en mí y los cariños que puedan darme para no sentirme tan vacía, para no sentir que he formado una vida a partir de una superficialidad tan grande que me atemoriza.


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