martes, 11 de febrero de 2014

La historia del huertito

La historia comienza con un día en que no tenía cilantro para ponerle a un mariscal que hicimos en la casa, lo que hizo tomar la decisión de crear un huerto pequeño con algunas verduritas y especias que contribuyeran a la no-falta de estos en las comidas de mi casa. Resulta que compré las semillas y le pedí los brotes a mi abuelo para comenzar los almácigos con albahaca, orégano y cilantro, planté las semillas de tomates y las de los pimentones, un poco de tomillo y el pequeño sembrado estaba iniciado. Me sentí bien cuando fin de semana tras fin de semana veía un brote nuevo o a mis albahacas más firmes y con hojas más grandes que las del brote anterior, me alegró sentir el olorcito del orégano al entrar a la casa y las maravillas que el cuidado (diario de mis papás mientras no estaba) daban a mostrar. Cuando llegué a quedarme a la casa definitivamente, los frutos y hojitas tocaban su punto más álgido de hermosura; todo el verdor que entraba por la vista podía sentirse también en el aroma y en el sonido que producía el viento entre los tallos y círculos rojos de los tomates cherry. Fue un momento tan mágico que pensé que por fin estaba "haciendo" (porque tuve mucha ayuda en el cuidado oportuno) las cosas bien, que quizás al fin las cosas que me rodeaban y preocupaban estaban comenzando a tomar su rumbo, llegaban a un punto en el que se podía disfrutar del empeño empleado en ellas. Ver algo armado con tus propias manos, construido en base a los anhelos del corazón y lleno de los deseos incontenibles de poseerlo hacía que mi alma se sintiese más gozosa de lo normal. Pero llegó el momento, triste momento de la cosecha, dulce a su vez al paladar, pero triste al asesinar todo lo que estaba representando el huertito. Me vi con las humitas en el plato y al virar la vista a la ventana, veía los rastrojos de mi albahaca fresca, el despojo de sus vestiduras de su esbelta figura, vi la sangre roja que quedó en la fuente que albergó la última morada de mis tomates y algunos pedazos de pimentón verde en ellas... me quise morir. Todo el anhelo, todas las ansias, todo el trabajo y la dedicación sirvieron por un momento, nada más. Hoy fue el último día con el cilantro cultivado, pero su sabor fue distinto, ya no fue amargo o dulce, fue de consuelo, fue extraño sentir como una comida te pide tranquilidad. El aroma fue tan relajante y cauto que creo que solo yo lo sentí, solamente yo pude darme cuenta de que mis verduras intentaron decirme que no importaba el fin de ellas, si no que lo importante fue haber sido el espacio donde pude poner todo mi corazón y toda mi alma para lograr un resultado esperado. Saborear por última vez el pequeño tomatín hizo que una lágrima se deslizara sobre la boca y sentir que todo iba a estar bien. que al final todo iba a estar bien. No importaba ya que todo se deshiciera en las lenguas de los comensales, solo importaba que llegaría otra estación que me permitiría dejar mi espíritu en las semillas.


Huertito nocturno, te extrañaré....



p.d: UYUUUUUUUUUUUUUUIIIIII (8)

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