domingo, 22 de abril de 2012

A la hora de once


El té cada día me sabe más amargo; mis papilas se han desgastado.
Busco el segundo para encontrar tu mirada antes del primer sorbo, quemo mi lengua con tu ardiente indiferencia, sumerjo mis labios en tu poca elocuencia. 
Enfrías mi bebida con tu gélida mirada, desprecias mis palabras con trémulos desaires. 
No quiero comer, solo quiero beber un té que no me sepa a desgracia, ni me deje con sabor a nada. 
Una taza de té debiese mezclarnos, a ti con tu piel dorada en esa bolsita blanca y a mí con el dulzor de los recuerdos de antaño, que guardo en mi memoria por si las ganas o el tiempo nos permiten retomar los sueños y esperanzas, de los que fuimos víctimas muchas mañanas.
El último sorbo y la historia terminó, el pan de cada día volvió a repetirse y nunca terminamos la taza al mismo tiempo.


                                                                ~El té de cada día~

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