sin prestar atención a tus manías recónditas;
sin mirar atrás mi corazón te delata
porque es tu aire, amor, quien de un soplo
me desata;
es tu voz, mi cielo, quien desde una esquina
me persigue, siendo mezquina
me levanta y me deja caer.
No hay revuelo más alegre que tu revoloteo
al transcurrir el tiempo entre las yemas de tus dedos:
el sonido de arenal de tu reloj roto
que no te permite escoger el minuto, ni dar el voto
para devolver aquellos caminos que por tus ojos
surcos de sabiduría rellenan tu enojo;
con mayor arrojo
mis palabras se esfuman.
Pretendo depositar en tus labios una gota;
de tu esperanza tardía plantar una rosa
de mi hombrera delgada, un clavel y un porvenir,
una llama, un velo, que nos permitan vivir
una vida llena de alivios y transgresión
y que ambos, con calma, congeniemos la unión
de nuestras vidas que en comunión
aprenderán juntas a caminar.
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