lunes, 10 de abril de 2017

Una semana

Han sido días largos, agotadores, rellenos de mantenerme en ocupación lo más que pueda. Acepto trabajos que no me competen, reviso mil pruebas, trabajo horas extra que no son recompensadas, pero nada me hace quitar tu lindo sonido aullante de bienvenida. 
No hallo la hora de sentir tu calorcito a mi lado nuevamente. El fin de semana llegué a mi casa y ya no estabas. Miraba hacia la puerta de la cocina y tu hocico no estaba esperando un huesito, no estaba esperando un cariño.
Una semana y sigo llorando como hace siete exactos días en los que dejaste de exhalar amor al mundo y no sé cómo reponerme. Siento el pecho dolorido y pareciese que tus patas me hubiesen rasguñado las arterias, porque la sangre fluye y fluye sin remedio alguno.
Han sido días difíciles, siete exactos días de dolor des-gargantante. Parece que escucho tus patitas, mi Laika, en las baldosas rojas de la casa encaminadas a mi cama para lamerme y pedirme que te fuera a acostar como tanto te gustaba. Veo tu colita en cada planta "cola de zorro" del Estadio Nacional, del Internado, de las plazas aledañas a mi casa. Veo tu sonrisa en cada perrito que se me cruza en todas partes, tu olor impregnado en tus capitas de invierno. 
No sabes cuánto duele. No imaginas cuánto quema. 
Visítame en sueños, te pido, ven con tu carrera vigorosa, con tu cálida sed jadeante y llévame a pasear por la vía del tren ruidoso y molesto. Ven para justificar este sentimiento duro de extrañarte y llenarme aunque sean siete minutos de tu presencia...


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