miércoles, 20 de mayo de 2015

20/05

La soledad es un permanente que intento maquillar en mi vida. Si bien en varias temporadas he encontrado una mano amena, un oído amable a quien entregarle mi entera confianza, llega un momento en el que, como por arte de magia, se esfuman, se alejan como si sintiesen vergüenza de la amistad. No tengo amigos/as, y a pesar de mis esfuerzos por querer mantener a alguien a mi lado no por objetarle, sino más bien por sentirme menos aislada, el fracaso siempre termina por decirme bofetearme duro y marcarme con una llave de soledad y miserabilidad difíciles de olvidar. Es verdad, sé que soy buena gente*, que trato de ayudar al otro sin pensar en recompensas, pero permítaseme un momento para reclamar algo que me ha hecho muy infeliz: la no amistad reinante en mi vida. Lo más difícil es intentar separar las cosas y no tomármelo tan personal, porque, sencillamente, no puedo tomármelo de otra forma. Quizás la amistad con un otro pudiese hacerme reivindicar mi pensamiento sobre este mundo, sobre la soledad misma y la existencia de razones para permanecer más allá del inocuo per sé. Es mucho pedir esa mano amiga que mantenga un tono de cariño, incondicionalidad fraterna y gotas de ternura dispuestas a la palabra precisa y el abrazo necesario de vez en cuando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario